Abro el Facebook y leo en El País la noticia de que Zalacaín, el primer restaurante en España en obtener 3 estrellas Michelin ha tenido que cerrar por el Covid. No puedo resistirme a leer los comentarios. Tengo que hacerme ver esta manía morbosa de leer lo que gente que ni conozco escribe. Pero, ni modo, caigo una vez más en la tentación. Espero, como siempre, ver algún comentario sobre una extraña conexión entre la noticia y una conspiración galáctica entre Bill Gates, la 5G, el Pato Donald y la Pantoja para mantenernos a todos bajo el poder de los Illuminati y los reptilianos del tercer planeta a la derecha. Pero no. Esta vez es distinto.
Me encuentro con un montón de comentarios que básicamente se resumen en: “ese restaurante era de lujo así que no me da pena que cierre, me da pena que cierren los bares pequeños”. El mensaje me queda claro. Si eres tan tonto como para arriesgar tu poco dinero montando un bar tienes que tener mucho cuidado en que te de para comer pero no demasiado, en que te de para contratar a alguien pero no a mucha gente. En definitiva, NO DEBES TENER ÉXITO.
Si la tasca empieza a parecer un restaurante sin menú del día a 10 Euros, preocúpate porque comienzas a ser un capitalista peligroso. Si pones una tienda de ropa en la esquina del barrio asegúrate de tener a tu abuela de 85 años trabajando hasta las 10 de la noche y a tu sobrino haciendo los recados pero no contrates más gente. Si tu negocio empieza a crecer, ya sabes… despide a tu abuela y al sobrino (ese par de adictos al trabajo sin sentimientos) porque… NO DEBES TENER ÉXITO. Y si aún así sigue creciendo tu empresa… ni se te ocurra crear una cadena internacional de tiendas de ropa porque llegará un día en que te de por tener una fundación que de miles de euros a los pobres y ahí sí que las redes acaban contigo. Si empieza a irte demasiado bien, mejor gástatelo todo en vino (barato), en surfear (no profesionalmente), en viajar (siempre con mochila, nunca con maleta y quedarte en hoteles con vocación de parque temático para cucarachas y chinches). NO DEBES TENER ÉXITO.
No creo en tener éxito a toda costa. Ni siquiera creo que el éxito se mida en dinero. Para mí, el éxito se mide en felicidad. No creo en el capitalismo salvaje ni en un mercado sin regulación. No creo en la competitividad sin colaboración. Pero, sobre todo, no creo que la prosperidad de los pueblos venga de la máxima “NO DEBES TENER ÉXITO”.
Me pregunto si la persistencia de altísimas tasas de desempleo en España durante las últimas cuatro décadas tiene algo que ver con este odio nacional al éxito y a la excelencia.
Sergio Fanjul, también en El País, hace una crítica despiadada contra los concursos de televisión y nos dice cosas como: “es preocupante la de niños que desarrollan psicopatías por querer ser el mejor”, “el mensaje siempre es el mismo [en los concursos]: una mezcla de coaching, emotividad y pensamiento neoliberal. Hay que darlo todo, competir, triunfar a cualquier precio. Todo depende de tu esfuerzo. Estás nominado. Sólo puede quedar uno”.
Pues si te parece, hacemos concursos donde ganen 15 y nadie pierda…
El esfuerzo, ahora, parece algo despreciable, algo enfermizo, algo egoísta…
Pues no es así.
El esfuerzo es lo que le da sentido a la ganancia. Lo dañino no es el esfuerzo individual. El éxito, sobre todo el colectivo, inicia con el esfuerzo individual. Lo malo no es esforzarse, lo malo es querer ganar sin esfuerzo, querer ganar a costa del esfuerzo de los demás y no gracias a él. Al esfuerzo individual junto a otros seres humanos es a lo que llamamos sociedad. Y hoy, cuando es tan común y sale tan gratis decir que los humanos somos el peor virus, hay que recordar que gracias al esfuerzo compartido de personas que vivieron antes y que viven ahora, el ser humano ha creado la pintura, la medicina, la agricultura, la industria, la música, la ciencia, el amor, la fe, el pensamiento crítico, la democracia, la ecología, la preocupación por otras especies, la exploración del espacio y de los océanos.
El éxito, en los seres humanos, no se puede tener sin colaborar con otros seres humanos. Por eso, el culto a la mediocridad no es más que el culto a la soberbia de creernos mejores que los otros y, por eso, no soportar el éxito construido con esfuerzo.

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